lunes, 25 de mayo de 2009


EL CERRO FELIZ


Desde las alturas de la casona familiar
en Tomás Ramos, subí hasta Abtao y Papudo,
de allí hasta el Dimalow y
a Montealegre cada vez que se pudo.

Fueron mis años más felices,
desde la inaugural pieza de mi enlace,
al nacimiento de mis retoños
en el viejo hospital Alemán.

Es el “Merry Hill” de los ingleses
al “Bed and Breakfast” de hoy.

Cerro Alegre de mil rincones,
concepción de mi madurez,
tiene el carácter de un atildado anciano,
que con estilo y modernidad
renueva sus mansiones de antaño.

Lugares de cocina típica
o de sabor internacional,
pequeñas boutiques exclusivas,
locales de porteña impronta artesanal.

Espacios para la música, la pintura y la poesía,
surgen entre las casas recubiertas
de antiguas y angostas calaminas.

Sus amplios ventanales disfrutan de la bahía,
donde barcos y lanchones se hacen a la mar,
mientras el gran dique silencioso
no se parece inmutar.

Por las calles empinadas
suben porteños y turistas,
junto a las atractivas vecinas
de piernas de artista y
trasero firme por años de escalar.

Las renovadas fachadas
posan orgullosas ante
las cámaras y el flash.

¡Oh Cerro Alegre! Mágico lugar,
el de los lunes fraternos,
el del buen yantar.

Cada noche veo a las naves dormir
y a las estrellas titilar
engarzadas para siempre
en las colinas de Valparaíso,
el puerto para no olvidar. 
                                                                                                 
Daniel Lillo de la Cuadra
Valparaíso. Mayo 2009